La lectura y la escritura son dos actividades complejas que, como todos
sabemos, resultan altamente necesarias para acceder a los saberes organizados
que forman parte de la cultura. Leer y escribir cobra sentido en nuestra vida y
en la de nuestros alumnos y alumnas cuando lo hacemos con un propósito
determinado, utilizando diferentes estrategias que deben ser aprendidas a lo
largo de toda la escolaridad. En estos tiempos modernos en el cual el rol del docente radica en ser un
maestro facilitador de aprendizaje en donde nuestros estudiantes sean ellos
creadores auténticos de su propio aprendizaje, podemos ver que en nuestros
centros educativos la realidad es otra, ya que muchos maestros en nuestras escuelas al
parecer no conocen el enfoque curricular actual, y continúan utilizando el
enfoque conductista que no prioriza el desarrollo del pensamiento ni despierta
la criticidad que necesitan nuestros alumnos en situaciones de la vida real,
sino más bien, plasmado de un gramatiquismo y un teoricismo literario. Tenemos maestros que aun en pleno siglo XXI
quisieran contradecir las investigaciones psicogenéticas y psicolingüísticas,
en donde se han confirmado que los niños son agentes activos y creadores de su
propio aprendizaje. Para esto vamos a responder las siguientes interrogantes, ¿Cuáles son las concepciones de evaluación que prevalecen en las escuelas
dominicanas? ¿Qué se debería hacer ante la situación planteada?
Para dar
respuesta a la primera pregunta quisiera antes enfatizar que nuestro país está
inmerso en un proceso de trasformación y actualización curricular; pero en las
escuelas nos encontramos con docentes que entienden que para evaluar el
aprendizaje de la lectura y escritura, se hace decodificando, repitiendo y
descomponiendo el texto en silabas, palabras y oraciones, de manera mecánica, priorizando así la
memorización y utilizando como único recurso el libro Nacho, ya que, consideran
este método obsoleto como el mejor para aprender a leer y a escribir.
En cuanto a la segunda pregunta los maestros
necesitamos un cambio en nuestras prácticas pedagógicas, que abarque desde
nuestra propia concepción en torno a cómo debemos evaluar, pasando por los
alumnos que son los actores activos creadores de aprendizaje y finalmente
readecuar el proceso evaluativo como elemento fundamental del quehacer
pedagógico. Actualmente en nuestras escuelas nos encontramos con maestros que
evalúan el proceso final de los estudiantes, ósea, el resultado pasando por
alto el proceso. Cuando evaluamos el resultado nos procuramos más por conocer
lo que el estudiante no sabe, mientras que si evaluamos el proceso conocemos lo
que cada alumno es capaz de hacer y así podemos como maestros ayudarlo a
crecer, mientras que cuando evaluamos los resultados de los estudiantes no
tenemos en cuenta los elementos significativos del proceso.
En conclusión puedo
inferir que, todavía estamos a tiempo de lograr estos cambios ya que deben
partir del docente mismo, del reconocimiento de su papel en los procesos
educativos, si no cambiamos nuestro chip y lo actualizamos a los cambios que
nuestro currículo revisado y actualizado nos demandan en asuntos de la
evaluación de la lectura y la escritura no habrá el resultado que esperamos en
nuestros estudiantes, ya que, el papel del docente ya no se centra en transmitir
conocimientos preelaborados sino que debe constituirse en observador, guía y
facilitador de situaciones que ayuden a los estudiantes a leer y escribir de
manera natural; teniendo en cuenta que debe ser flexible y comprensivo en su
actuación para así crear un ambiente agradable, sin tensiones y por lo tanto
apropiado para que el aprendizaje se realice.